domingo, 13 de febrero de 2011

Natural Disaster





Capítulo 1. Dreaming, I was only dreaming.

¿Son las matemáticas una ciencia? ¿Qué son exactamente?

Seguramente os estaréis preguntando qué a que viene esto; no os voy a hablar de las matemáticas, a mí sencillamente me dan un poco igual, eso de sumar numeritos, hacer logaritmos o fracciones me da exactamente lo mismo que den dos, como que den infinito; nunca se me han dado bien y tampoco es que me importe, pero sin embargo hay personas a las que les maravillan esas cosas…

Matemáticas, justamente eso es lo que tenía esa mañana a última hora del día, y como es normal a esa hora ya no tenía la cabeza para muchos royos. Mis huesos estaban entumecidos hasta tal punto de que apenas podía mover un palmo los músculos del cuerpo. Mi subconsciente andaba perdido por el espacio exterior y toda su amplitud, viajando a la velocidad de la luz. Mis párpados pesaban demasiado, hasta tal punto que no los podía mantener abiertos ni un segundo más; y a pesar de que mi parte más racional a esas horas del mediodía luchaba con todas sus fuerzas por que el sueño no me venciera del todo, mis ojos acabaron por ganar y optaron por cerrarse de repente. Las voces que inundaban la habitación apenas eran ya un murmuro reconocible y comenzaron a quedarse sin sentido ninguno al rebotar en mi ya dormido cerebro.

Transcurridos unos minutos para mi conciencia y, tal vez, horas en la vida real me di cuenta de mi osadía escolar y levanté la vista para toparme con los cabreados y autoritarios ojos viejos y de color azul de la profesora de matemáticas. A continuación, cuando pronunció mi nombre, Andrea Gloria Nesser, en toda su totalidad, yo me sentí como seguramente lo hacía Heidi cuando la Señorita Rotenmeyer la llamaba Adelaida.

Después de echarme un estúpido discurso gritado sobre mi ya vigesimoquinto episodio de sueño, sacó un papelito amarillo de la carpeta decorada con las fotos de una solitaria playa de Hawái donde pasó las vacaciones.

Ese folio de ese maravilloso color amarillo llamado parte, aunque pudiera parecer todo lo contrario, me sentó como una patada en el culo, era el tercero de la semana, lo cual quería decir que iba a pasar un período de tres días en casa aguantando a mis padres y a mis hermanos. Lo peor de todo esto iba a ser contarles que me habían expulsado de nuevo por dormir en horas laborales, y la bronca que seguramente me echarán por ello, sin pararse a pensar por un segundo que si no me hubieran pedido que cuidara de mis dos hermanos pequeños, de dos años, más el grande, tal vez, solo tal vez hubiera podido descansar aunque solo fuera un segundo.

Una vez puse mi apretada y borrosa firma en el parte me senté de nuevo en mi sitio esperando a que sonara la preciada sirena que indicara el final de las clases del día.

El esperado y deseado momento llegó para el alivio de todos, el agudo sonido del timbre retumbó en todo el viejo edificio. Todos recogimos las cosas a una velocidad de vértigo, nos colocamos las mochilas a la espalda y salimos en estampida por las escaleras que daba a la salida a la calle.

Mis amigas y yo comenzamos nuestro habitual camino de regreso a nuestras casas; nadie se atrevió a sacar el tema de mi expulsión, pero como siempre suele pasar que hay un gilipollas de turno en tu clase el de la mía se acercó a nosotras sonriendo estúpidamente.

- A ver si dejamos de echarnos esas siestecitas en horario escolar –me dijo burlándose de mí mientras sus lameculos de sus amigos se reían como tres estúpidas llenas.
- ¡Déjala en paz de una puta vez! –le gritó Marta quedándose roja como un tomate. Yo comencé a dudar quien había sido la que se había quedado dormida en clase para luego ser expulsada, ella o yo.



Durante el camino ninguna de mis compañeras abrieron la boca otra vez, cada una íbamos sumidas en nuestros propios pensamientos y en nuestros problemas familiares que cada una teníamos en nuestros hogares, por llamarlos de alguna forma.

Poco a poco nos fuimos separando a medida que llegábamos a nuestras casas, cuando me fui yo a la mía solo quedaban Ángela e Irene quienes se despidieron de mí y me dejaron sola ante el peligro de mis tres broncas del día.

Entré en casa todo lo despacio y tranquilo del mundo intentando así que nadie me salieran al paso, pero todos mis intentos fueron e
n vano ya que mi padre me salió al encuentro cuando tenía puesto un pie en las escaleras que me llevaran a mi cuarto. Me giré lentamente, la cara de mi padre estaba roja de rabia y se le notaba un cierto cabreo en la mirada, un poco más y le salían rayos por los ojos, y humo por las orejas.
Hizo como que cogía aire de la habitación y comenzó a explotar como un volcán en erupción.

No atendí a ninguna de las tres broncas que me echaron cada miembro de la casa que supieran hablar del todo bien, simplemente me quedé mirando en cada sitio a un lugar y objeto distinto: a la araña del pasillo, el chupete de uno de mis hermanos en la cocina, y al poster de los ramones de la habitación de Charlie. Por fin había pasado la parte más dura de todo, solo quedaba pasar los tres días de expulsión.

Llegué a mi habitación después de salir de la de mi hermano, cerré la puerta despacio y salí a la ventana en la cual, abajo, estaba Teresa tirando piedrecitas contra el cristal.

- ¿Te han echado mucha bronca? –me preguntó medio gritando.
- Bueno… lo de siempre, más bien. ¿Por?
- Por saber si podrías salir esta tarde un poco, ya que es viernes y esas cosas…
- Si salgo os lo digo –le grité como despido, y cerré el manchado cristal de la única ventana de mi habitación.

Me tumbé en la dura cama que estaba a un costado del cuarto, cogí la Fender que me regaló mi tía por mi decimosexto cumpleaños y comencé a tocar una de mis canciones favoritas. Cuando me aburrí de ello, o más bien cuando uno de mis hermanos pequeños comenzó a llorar por el ruido, me puse a hacer los deberes para así estar tocándome la nariz a dos manos durante los cinco días de vacaciones que me habían dado gratis sin yo ni siquiera haberlo pedido.
Cuando eran las cinco más o menos de la tarde, y una vez terminados los malditos deberes de Física y Química, inglés, Historia y matemáticas conseguí poder descansar unos pocos minutos. Al poco rato me desperté de mi sueñecito al oír unas voces en el piso de abajo, unas voces que siempre me había hecho levantar la vista de lo que fuera que estuviera haciendo, eran los tres maravillosos y distintos tipos de voz de los tres grandes amigos de Charlie, mi hermano mayor.


Capítulo 2. Los tres amigos.

Abrí la puerta poco a poco y asomé la cabeza hacia el amplio pasillo para observar como subían con los instrumentos al cuarto de mi hermano. Uno de ellos, el primero que subía, se me quedó mirando, sus ojos eran de un color verde asombrosamente vivo, su pelo negro como el carbón estaba muy alborotado, su aire despreocupado y la ropa a lo punk con el color negro predominando le daba un toque bastante rebelde. Su nombre era Billie Joe Armstrong. Llevaba en la mano derecha la funda negra ajada por el paso del tiempo donde, como siempre, contenía la guitarra azul que muy pocas veces había visto en mi vida llamada Blue.

- Hola, Andie –me saludó mientras me sonreía ampliamente.

Su dentadura no era precisamente la más recta y perfecta del mundo pero sus hermosos ojos lo mejoraba todo. Noté como la presión de la sangre de mi cabeza hacía que me pusiera roja. No hace falta, creo yo, que diga que me gusta Billie.

Después de él subió Mike con su bajo, Mike tenía los ojos azules, y el pelo de color rubio intenso. Y por último John o Al Sobrante con sus baquetas; ese mote: Al Sobrante, lo tomó un día que se escapó de casa y se despertó delante de un cartel el cuál ponía “Bienvenidos a El Sobrante, California”, y leyó “Al” en lugar de “El”, según el propio Al me había contado. Los tres amigos entraron a la habitación de mi hermano. Oí una pequeña conversación entre ellos y Charlie, y como no, yo era el tema de la conversación, siempre era yo…
- Qué mona tu hermana –era la voz de Billie; al oírle decir esa frase volvió a pasarme lo mismo, y mis orejas estaba ardiendo.
- Sí, monísima –el grado de sarcasmo de mi hermano era el más alto que nunca había podido alcanzar. Después de esa frase les contó mi incidente en clase de matemáticas, al acabar Charlie de contarlo no hablaron más.

Estuvieron como una hora entera ensayando, cuando oí la puerta de la calle, me tumbé en mi cama intentando así volverme a dormir un poco.
Cuando estaba a punto de quedarme sopa encima de la cama, un ruido agudo me despertó enseguida. Miré a todos los lados para ver quien había tenido la osadía de quitarme mi preciado momento de descanso ocular, era mi hermano Charlie. Lo observé con el ceño fruncido, no me gustaba el gesto que tenía en la cara. Por fin, después de remolonear un gran rato, se decidió a contarme el gran secreto que parecía guardar:
- Mamá necesita que compres la comida.
No le dije nada, simplemente moví la cabeza hacia los lados, a veces mi hermano se pasaba de místico para decirme chorradas como la que acababa de decir.
Bajé las escaleras de mi casa, fui a la cocina y cogí el monedero rosa de mi madre y por último la lista de doce cosas para comprar escritas en un post-it verde.
Al salir a la amplia calle de Berkeley vi a lo lejos a un grupo de tres personas que se iban a sus casas. Al llegar a su altura vi que eran los tres amigos de Charlie quienes hablaban sobre el próximo concierto de los Ramones, cuando vieron mi sombra se giraron y se me quedaron mirando los tres con una sonrisa. Mike, el más delgado y alto de los tres, se me acercó un poco.
- ¿Tú no sabrás que día es el concierto, no? –me preguntó mientras yo parpadeaba preguntándome si me lo decía de verdad a mí, o era una de las bromas de Mike Dirnt.
- Emm… El domingo a los ocho y media –contesté rápidamente porque me lo sabía de memoria de tanto haber preguntando a mis padres si me dejaban ir.
- ¿Te gustaría venir con nosotros? Nos sobra una entrada y…
- ¡Andrea!

Levanté la mirada por encima de la mata de pelo negro de Billie, las que acababan de llamarse eran Marta, Ángela, Irene, Teresa e Inés, les hice un gesto con la mano para indicarles que ahora iba. Miré de nuevo a los tres amigos que esperaban respuesta.
- Estoy castigada…
- No es problema, te llamamos a la ventana y bajas.
- Me lo pienso y mañana os contesto. Me tengo que ir.

Me despedí de ellos, sabía perfectamente la respuesta que les iba a dar, me gustaba el plan, ir de concierto a ver nada más y nada menos que a los Ramones con tres tipos a los que yo admiraba. Bajar por la ventana ese domingo seguramente sería una de las decisiones más importantes para mí.

Mis amigas me esperaban en el parque del barrio, me observaban atentas al moverme, y cuando me vieron acercarme me sonrieron muy misteriosamente.
- ¿Qué hablas con Sweet Children? –me preguntó Ángela, me extrañé que supiera el nombre de la banda de punk-rock que formaban los tres chicos.
- Me han invitado al concierto de los Ramones del domingo que viene.
- Joder que puta suerte. Saca fotos a los tíos buenos que pilles –ya decía yo que todo esto era por una simple razón: gastar el carrete de fotos en los tíos buenos de los fans en lugar de a los músicos. Normal en mi amiga Irene siempre pensando en lo mismo.
- Tranquila ya le sacaré fotos a Billie –le dije para ver qué cara ponía.
- ¿Otra vez con esas? Qué es mayorcito para ti –me comentó Inés.
- Déjala que siga soñando, sabe que no se va a fijar en una mocosa como ella al no ser que esté muy borracho –Marta y sus comentarios graciosos de siempre.

Estuvimos un rato más hablando sobre el concierto y luego me acompañaron a comprar lo que mi madre había apuntado en la lista de la compra: cereales, papilla, pan, lechuga, queso… Como era costumbre en mi familia de generación en generación no comíamos nada que fuera algún tipo de carne; yo era la única que se atrevía a romper la tradición, no me gustaba nada las verduras, legumbres, etc.… Me resultaba como comer un trozo de hoja de los arboles añilada con aceite de oliva y vinagre de Módena más la sal, simplemente me resultaba asqueroso.

Capítulo 3. Speechless. Redundant.

Una… Dos… Tres… Cuatro… Una tras otra, sin parar, un pequeño sonido de goteo, y cae otra provocando el mismo ruido que la gota anterior. Así se pasaba las horas muertas en el salón, tumbado en el cascado sofá mirando hacia el grifo de la cocina que siempre goteaba. Su postura de medio cuerpo fuera del sofá, el brazo colgando, el pelo todo alborotado como siempre y la boca abierta le daba un aspecto demasiado descuidado. Su amigo Mike apareció en lugar del grifo, se acercó al fregadero donde reposaban todos los cacharros de la comida que estaban sin lavar, e hizo que el grifo dejara de gotear cerrándolo con fuerza.

- ¡No! –gritó Billie a su amigo el cuál lo miró como si estuviera loco -. Me relaja.

- Como quieras –le contestó Mike encogiéndose de hombros, y volviendo a poner el relajante ruido de las gotas de agua caer por la alcachofa del grifo.

- ¡Bah! Ya no es lo mismo, le has quitado toda la gracia –Billie se incorporó en el sofá y se sentó en él después de alborotarse el pelo con energía. Mike lo miró estupefacto desde la cocina.

- Cada día estás más raro.

- Lo sé –suspiró Billie -. No dejo de pensar.

Mike se acercó donde estaba su amigo y se sentó a su lado mirándolo preocupado. Billie le devolvió la mirada sin apenas un pequeño reflejo de alegría en sus ojos verdes.

- Te comen el coco, tío. Tienes que acabar con todo esto. ¡Decídete de una vez!

- Joder. No puedo. La una me dio su teléfono, y la otra sé donde vive. Pero no sé donde vive la del otro día, y de ella no me sé su teléfono personal –se comenzó a liar un poco Billie al contar todo lo que se le pasaba por la cabeza sobre las dos chicas a las que él decía amar con locura -. De una se casi toda su vida, y la otra solo es una simple fan.

- Guy, te repites más que el ajo. Creo que eso lo sabe hasta Al que nunca se empana de nada.

- Lo he oído –se quejó John Kiffmeyer desde la mesa del salón, y le hizo un “Fuck you” con el dedo.

- No lo sé –dijo Billie todavía a lo suyo, y volviendo a revolverse el pelo.

- Yo sí que no lo sé.

- Gracioso eres, Mickey. Me voy a la cama que estoy cansado. A ver qué hacéis mientras yo no estoy.



Una vez en la oscuridad de su amplio cuarto se tumbó en la cama. Se quedó inmóvil mirando al techo de la habitación mientras pensaba en algo con lo que poder solucionar sus dudas amorosas. Como si de un milagro se tratase su móvil comenzó a sonar en el bolsillo del pantalón. Miró la pantalla del aparato, el número que marcaba era desconocido, de todos modos contestó para ver quién era. Le devolvió el saludo una voz de chica conocida para él, era Andrea. Billie se sorprendió al ver que era ella la que llamaba desde el otro lado de la línea. Un pequeño y extraño cosquilleo revoloteó en su estómago, produciéndole una sensación como de flotar, al oír como ella pronunciaba el nombre de Billie.

Sin saberlo se había quedado en silencio demasiado rato, y Andrea se comenzó a poner algo nerviosa.

- ¿Estás ahí? ¡Mierda de cacharro! –entonces oyó unos golpes contra algo duro en el otro lado de la línea telefónica, consiguió reaccionar a tiempo antes de que la chica acabara por romper el teléfono.

- Sí, estoy. No jodas el móvil, anda…

- Vale.

- ¿Para qué me has llamado?

- Al final sí voy con vosotros.

- ¿Te dejan o te escapas? –preguntó preocupado por el posible castigo que se pudiera llevar la pobre chica por él y sus amigos.

- Me escapo. No me importa que me castiguen.

- ¿Estás segura?

- Claro, no te preocupes por mí. Llevo diecisiete años siendo castigada por chorradas, un castigo más no me voy a morir.

- Vale. Mañana a las ocho vamos a por ti.

- Una cosa –dijo ella rápidamente antes de que Billie pudiera cortar la conversación y darla por terminada -. ¿Va mi hermano?

- No. Dice que tiene que estudiar, ya sabes lo rarito que es.

No tardaron mucho más en despedirse. Una vez Billie colgó dejó el móvil encima de la mesilla. Se tumbó de nuevo y suspiró. Al cabo de un rato consiguió dejarse vencer y quedarse completamente dormido.

Mientras su amigo dormía plácidamente, en la habitación de al lado Mike y Al hablaban sobre lo callado y raro que se le veía a Billie y lo que Andrea y Adrienne hacían que el pobre hombre no supiera con cuál de las dos decidirse. Mike decía que más valía que se decidiera de una vez antes de que quedara completamente solo, Al Sobrante le daba la razón. Los dos amigos conocían a las dos chicas más que Billie aunque este no lo supiera, las dos eran maravillosas y buenas personas, por ello comprendían a su amigo con totalidad.

- Sabemos que elija a quien elija estará mal por un tiempo. Eso es inevitable y lo sabes. ¿Para qué aconsejarle?
- También tienes razón tú en eso, Al. Joder, pobre Billie.

- Yo no sé si aguantaré verle así mucho tiempo más. Lo veo consumirse poco a poco y me pone malo no ayudarle.

Ambos amigos se callaron cuando un Billie con el pelo más alborotado que nunca, una cara de sueño y unas ojeras en ella impresionantes, y sin la camiseta del pijama entró en la cocina. Mientras se dirigía hacia la nevera a por una cerveza hizo se llevó la mano al culo y se sacó el pantalón.

- Dios. Que fina eres, señorita.

- Ya sabes que yo siempre he sido y será muy fina –le contestó Billie a Mike imitando la voz de una chica.

- ¿Podéis dejar de hacer el idiota? –les pidió Al con una sonrisa bastante amplia en su rostro.
- De acuerdo, mami –dijeron Mike y Billie a la par, y ambos también riéndose.

- Una cosa. He hablado con Andie.

- ¿Y qué te ha dicho? –le preguntaron sus dos amigos haciéndole cejitas mientras Billie los miraba con una cara de difícil descripción.

- Viene con nosotros mañana. Otra cosa, se escapa.

- ¡Ah! Okay.

- ¿Qué se escapa? –preguntó Mike algo extrañado.

- Sí… Es una de los nuestros.

- No hagas eso delante de ella, no sea que la vayas a asustar mañana, Mike -le dijo Billie descojonándose de risa.

- ¿Qué pronto has mejorado, no?

- Bueno... Antes me corté un poco y ya estoy mejor.

- No lo digas tan serio que te creo -se rió también Mike.



Capítulo 4. El concierto.

Sol, solo había sol, sus rayos alcanzaron las pupilas de mis ojos, miré al suelo para que los rayos del sol no me dañaran más los ojos. Una vez ya me acostumbré a la luz cegadora levanté la mirada. Delante de mí el color azul del cielo se transformó en un hermoso verde, ese color pertenecía a los ojos de Billie.
Me desperté por el ruido causado por el sonido del llanto de un bebé. Ya era una rutina para mí: levantarme, ir hacia aquel agudo grito, y llevar al niño a la cocina a darle de comer.
Las diminutas manitas de mi hermano Frank buscaron el biberón de leche caliente que yo le daba. Se lo acercó a la boca y comenzó a beber despacio. Le miré absorber el líquido de color blanco, al oír el ruido del timbre pegué un bote.

- No hagas nada raro –le dije al bebé el cual me miró sin apenas entender nada de lo que le estaba diciendo.
- Andrea –pronunció dejando de beber.

Lo miré un momento y luego fui hacia la puerta de la entrada. Al abrirla me topé con los ojos azules de Mike, el amigo de Charlie. Le devolví la mirada con gesto sorprendido. El recién llegado me pidió amablemente que hablara con él sobre un asunto sobre Billie.
Dejé que pasara, fuimos juntos a la cocina donde había dejado a mi hermano, lo cogí y fuimos los tres al piso de arriba.

- ¿Qué pasa? –le pregunté interesada por lo que tenía que contarme con tanta urgencia.
- Billie, me matará si se entera de que he estado aquí –comentó en bajo, tal vez pensando que no le podía oír -. Creo que a mi amigo Billie le gustas.

No supe asimilar aquella noticia… No podía creer que Billie Joe estuviera enamorado de mí. Miré a Mike intentado descubrir si mentía o no, decidí creerle. Me contó todo lo que le estaba pasando a su amigo últimamente, y su actitud en casa.
Me quedé muda; estuve todo el día dándole vueltas a la cabeza sobre lo que me había contado el bajista. Mis padres incluso estaban preocupados por lo poco que comía, a pesar de que lo que solía comer era poco. Debía de tener una cara impresionante para que ellos se preocuparan por mí.

La hora del concierto llegó muy rápido, y por suerte la casa se había quedado casi vacía al irse mis padres con unos amigos a cenar y mis hermanos estuvieran en casa de los abuelos.
A la hora en la cual habíamos quedado los chicos vinieron a buscarme. Bajé por el tronco del árbol más cercano a mi ventana. Una vez en el duro suelo, los chicos me saludaron alegremente, todos menos Billie que miraba al piso todo el rato.
Durante el camino al lugar del concierto ninguno hablamos, se notaba cierto ambiente de incomodidad en el aire pero ninguno de nosotros cuatro quiso romper el silencio.
Tardamos unos veinte minutos en llegar al estadio, y una vez dentro, con toda la gente apretándonos contra ellos, comenzamos a caminar hasta colocarnos en primera fila.
A duras penas sí cabíamos en el lugar, todo el mundo se agolpaba contra las vallas de seguridad cercanas al escenario. La mayoría de las personas comenzamos a sudar como poyos.
Pasaron unos minutos hasta que los Ramones se decidieron en aparecer en el escenario.
Todos los fans gritaban y saltaban al son de la música; se notaba perfectamente cuando tocaban las canciones favoritas por la manera en la cual el suelo se movía bajo nuestros pies.
Era mi primer concierto al que había asistido en mi vida, y me lo estaba pasando de maravilla gritando cada una de las letras que retumbaban por el estadio. Pero se pasó muy rápido, demasiado rápido. Parecía como si en lugar de dos horas hubiéramos estado cinco minutos.

Al salir del concierto Mike y John desaparecieron dejándonos a Billie y a mí solos en la calle. No me atrevía a mirar a mi compañero, y él tampoco a mí. El ambiente de antes del concierto volvió.

- Andie –pronunció Billie.
- ¿Sí? –lo miré interesada. No contestó, solamente se me quedó mirando a los ojos.

Billie me cogió de la mano y me llevó con él a un claro donde se podía ver todo Berkeley, y el cielo con toda su inmensidad; esa noche estaba de un color negro intenso, y lo único que le daba un poco de brillo eran la luna llena y las estrellas que nos observaban desde arriba.

- ¿Te gusta? –me preguntó él sentándose en la mojada hierba que cubría todo el suelo.
- Sí –me senté a su lado.
- Es mi lugar favorito, aquí vengo a escribir canciones y a pensar en la vida que me gustaría llevar –me contó, su mirada estaba llena de brillo cuando lo hizo.
- Cántame algo.

Me miró un momento, yo no dije nada, simplemente esperé; Billie comenzó a cantar Dry Ice:
- Late last night I had a dream, and she was in it again, she and I were in the sky flying hand in hand. I woke up in a cold sweat wishing she was by my side, praying that she’ll dry tears left on my face, I’ve cried. Oh! I love her, keep dreaming of her, will I understand if she wants to be my friend? I’ll send a letter to that girl asking her to be my own, but my pen is writing wrong, so I’ll say it in a song: Oh! I love you more right now, more than I’ve ever loved before, here are those words straight from these lips I’ll need you forever more…
- ¿Quién es, ella? –le pregunté una vez acabó la canción. Él me miró como lo hacía siempre.
- ¿No es evidente?-dijo acercándose a mí.

Sus ojos verdes cada vez estaban más cerca de mi cara y los podría ver con toda claridad. Billie no apartó la vista de mí. Poco a poco nos fuimos acercando más, nuestros labios estaban a escasos milímetros los unos de los otros, él colocó su mano en mi cara, noté como mi cuerpo y mis piernas temblaban, les envié una orden clara y pararon al momento.
Pasaron unos segundos, Billie y yo nos besamos, al principio fue un beso tierno pero luego se convirtió en uno más intenso.


CAPÍTULO 5: Lo siento.

- ¡¿Qué os besasteis?! –gritó Ángela a mi vuelta de la expulsión.

- ¿Y qué pasó después?

- Nada –dije secamente.

- ¿Nada? ¿Y eso? –preguntó Marta.

- Llegaron John y Mike –contesté algo apenada.

- Las cotorras del fondo –boceó el profesor de Filosofía refiriéndose a mis amigas y a mí.

Todas nos callamos enseguida. El profesor siguió explicando la lección; yo miraba hacia la ventana y vi como Billie se acercaba a la entrada del instituto, y como desaparecía por la puerta. Mis amigas se giraron hacia mí, ellas también lo habían visto, yo me encogí de hombros respondiendo a su pregunta silenciosa. Miré luego al profesor y levanté la mano para pedirle que me dejara ir al cuarto de baño.

- Quedan pocos minutos… -el timbre no le dejó terminar.



Salí de la clase al pasillo, lo vi, allí, observándome atentamente más contento de lo que nunca lo había visto, se acercó a mí. Billie y yo éramos el centro de atención de todo el colegio, todo el mundo hablaba en alto creyendo que no les podíamos oír. Él me abrazó con fuerza.

- Billie, ¿qué pasa?

- Estoy feliz –me contestó sonriendo aún más.

- Creo que eso se ha notado, ¿y a qué viene esa alegría?

- Me han hecho un contrato con una discográfica. Me tengo que ir el mes que viene a Oakland –me contó, mi expresión cambió radicalmente.

- ¿Y qué tiene que ver eso conmigo?

- ¿Cómo que qué tiene que ver? ¿Te vienes con nosotros, no?

- Bie… Me han cogido en la universidad de aquí, lo siento, pero no quiero echar todo por la borda –le dije apenada.

- Te entiendo –sonrió tristemente.

- Lo siento de verdad. Pero no puedo hacerlo.

- En ese caso, el treinta del mes que viene me voy. Te quiero –fue lo último que me dijo, me besó y se perdió a lo lejos.



Me quedé quieta viendo como se marchaba. No pude moverme de donde estaba. Tenía unas ganas inmensas de llorar, pero no lo hice, no quería dejarme en evidencia delante de todo el instituto. Sentía mucho lo que le acababa de decir a Billie, pero no podía, ni quería dejar mi futuro por él y sus amigos.

Mis amigas se acercaron a mí y me abrazaron con cariño transmitiéndome con ello todos sus apoyos.



El resto del recreo se convirtió en una especie de pesadilla que no parecía querer terminar. Todo el mundo me miraba raro.

No aguanté más las ganas de llorar, tuve que ir al baño para que nadie me viera, mis amigas no se separaron de mí en todo el rato.





- MIERDA –gritó al aire cuando llegó a casa.

- Yo también me alegro de verte –le contestó Mike sonriéndole.

- Fuck you.

- Te ha dicho que no –no era una pregunta. Billie asintió.

Poco después se fue hacia su cuarto algo resentido consigo mismo, cogió a Blue, su inseparable guitarra y comenzó a cantar Dry Ice, con ella recordó la noche en la que se la cantó a ella, cuando se besaron por primera vez, y la noche en la cual compuso la canción, cuando tuvo aquel maravilloso sueño. Ahora la había perdido. Entonces se le ocurrió algo con lo que ella podía recordarle siempre.



Volvió de nuevo a donde estaba su amigo Mike.

- ¿Ya te has descargado?

- No. Pero se me ha ocurrido una cosa –no terminó de decirle todo ya que su móvil vibró en su pantalón. Era la fan de Minnesota del otro día -. Dime… Claro. Sí, a las tres allí… Nos vemos. Lo siento, Mike –se dirigió al bajista que lo miraba atentamente -. Luego te cuento.



Se fue dejando a su amigo con la palabra en la boca. Comenzó a caminar rápidamente. Tenía ganas de verla, aunque solo fuera por desahogarse con alguien.

Por fin llegó al Gilman, el bar donde él había conocido a la chica. Ahora estaba esperando en la puerta, estaba como Billie la recordaba: pelo moreno, ojos marrones y sonrisa encantadora; llevaba una camiseta negra de tirantes y un pantalón del mismo color. Se acercó a él en cuanto le reconoció.



- ¿Entramos o damos un paseo? –preguntó Billie rompiendo un poco el hielo.

- Lo que quieras.

- Damos un paseo.

Comenzaron a andar el uno al lado del otro por las calles del barrio.



Billie se dio cuenta de que no sabía el nombre de ella, así que decidió preguntárselo.

- Esto… -comenzó poniéndose algo rojo.

- Adrienne, mi nombre es Adrienne Nesser –le contestó la chica sin dejar de sonreírle -. ¿Te pasa algo? –le preguntó ella una vez se sentaron en un banco del parque cercano a la casa de Andrea.

- No. Es que no estoy acostumbrado a salir con fans, y menos de dos años mayores que yo, solo es eso –le contestó él sonriéndole algo triste.

- Esa sonrisa…
- Vale, sí. Lo admito. Hoy le he pedido a la chica que me gusta que venga con John y Mike a Oakland y me ha dicho que no… -le dijo el cantante mirándose las converse negras mientras giraba las zapatillas distraídamente.

- Bueno, piensa que Oakland está cerca de Berkeley. No pierdas las esperanzas.



Billie estaba a gusto hablando con Adrienne, pero no podía dejar de pensar ni un segundo en Andrea. Ahora que conocía a las dos chicas estaba más dudoso que nunca, le gustaban las dos. No entendía el qué le estaba pasando. No entendía porque le tenían que pasar todas esas dudas por la cabeza. Se estaba volviendo loco por querer a las dos chicas a la vez y no poder estar con las dos a la vez.



Capítulo 6. Primas.

Llegué a mi casa completamente enfadada conmigo misma. No podía dejar de querer a Billie… Si al menos no se fuera a ir a Oakland… Si se quedara conmigo, pero tampoco podía pedirle que se quedara aquí, en Berkeley, viendo como su sueño se había desperdiciado por mi culpa; pedirle que no se fuera sería una acción demasiado egoísta por mi parte.



Me encerré en el cuarto de baño, me apoyé en la puerta, y una vez estuve en el frío suelo de mármol blanco coloqué mi cabeza en mis rodillas, y comencé a llorar como lo había hecho en los aseos del colegio. Dejé que mis lágrimas se secaran y desparecieran sobre mi pantalón vaquero.

No sabía qué hacer para no estar triste, para no estar deprimida.



Me levanté, me mojé la cara un poco, y salí hacia la casa que compartían Billie, Mike y John. No podía hacer nada para que no se fueran y no pensaba hacerlo; pero podía estar con ellos durante el mes que nos quedaba.



Solo faltaban unas pocas cuadras para llegar a la casa. Fui despacio, no necesitaba ponerme a correr, llegaría en cuestión de minutos, exactamente diez.

Cuando llegué, piqué la puerta, Mike fue el que me abrió.

- ¿Está Billie?

- No –me contestó sin más -. Está en el parque cercano a tu casa. ¿Estás bien? –preguntó preocupado mirándome a los ojos.

- Ahora sí.

- Tienes los ojos rojos.

- Es que he llorado, pero ya estoy bien –le dije de nuevo intentando sonreírle.

- Billie está donde te he dicho –comentó aún preocupado.

- Gracias.

- Suerte –me gritó mientras yo me iba.



Los vi en uno de los bancos, Billie estaba con una chica, hablaban tranquilamente, como dos buenos amigos. Me acerqué a ellos despacio. Cuando ya estaba a una altura suficiente para ver a la acompañante me quedé parada. Esa chica, esos ojos y ese pelo no podían pertenecer a otra persona, era mi prima Adrienne. Apartó la mirada de Billie para observarme con más atención. La vi levantarse despacio y luego correr hacia mí; le devolví el abrazo torpemente.

Addie se separó de mí y me miró extrañada por como yo había reaccionado.

Mi prima estaba igual que siempre, algo más contenta y guapa que nunca, pero como siempre. Pensé que esa alegría era causada por su compañía, Billie Joe…

- Tanto tiempo sin verte, primita –me dijo.

- Demasiado –le sonreí.

- Ven, te quiero presentar a alguien –comentó mientras me llevaba hacia donde Billie seguía sentado y sin moverse -. Este es…

- Billie, Joe, lo sé. Lo conozco. Es uno de los amigos de Charlie –mi prima abrió la boca sorprendida por que yo conociera a su acompañante -. Hola, Billie.

- Andie –pronunció mirándome tímidamente -. ¿De qué os conocéis?

- Somos primas –le dijo Addie.

- ¡¿Primas?!





Buena la había armado, se había enamorado de dos chicas las cuales eran primas, cuando se lo contara a Mike y a John se iban a reír seguramente. No sabía cómo se le había podido pasar eso.

- ¡Si hasta tienen el mismo apellido! –se dijo a sí mismo.



El destino le estaba causando malas pasadas. Ahora sí que no sabía qué hacer. Familia iba a ser de las dos, eligiera a la que eligiera. ¿Pero a cuál de las dos?



Las dos chicas excluyeron al guitarrista de la conversación, hablaban sobre la familia y lo que había pasado durante todo el tiempo en el que no se veían.



Billie Joe seguía dándole vueltas a la cabeza a su cacao mental. Deseaba que eso no hubiera pasado, que no se hubiera enamorado de dos primas carnales.

No aguantó más, necesitaba descargarse con algo. Se despidió de las chicas con la excusa de que él y sus dos amigos tenían que discutir urgentemente, y salió de allí lo más rápido que pudo.



Una vez solo, y para olvidarse de todo y distraerse un poco ya que lo necesitaba y mucho, se sacó un cigarrillo del pantalón y se le fumó de camino a casa.

Cuando llegó a su destino se tumbó en el sofá agotado. Mike y John salieron a su encuentro a la carrera. El guitarrista miró a sus amigos con los ojos abiertos.

- ¿Qué tal? –peguntó John dándole una botella de cerveza y sentándose con él, como lo había hecho Mike segundos antes.

- Un puto lío –contestó -. Me he enamorado de dos primas.

- ¡¿Qué?! –gritaron los otros dos mirándolo raro -. ¡No jodas!

- Veis, no las conocíais tan bien como pensabais.

- ¿Cómo sabes que las conocíamos? –preguntó Mike todavía extrañado.

- Y parecía tonto cuando lo compramos –comentó Al Sobrante haciendo que Billie le tirara un cojín a la cara.

- Las paredes que son de cartón –contestó Billie a la respuesta del bajista dándole golpecitos a la pared.

- ¿Y qué vas a hacer?

- Ni puta idea –repuso el cantante -. ¿Algún consejo?

- Lo siento.
Billie Joe miró al baterista el cual negó con la cabeza.

Los tres amigos comenzaron a beber. Él no paró ni un segundo, una vez acabó su cerveza, cogió una de las botellas de whiskey barato y bebió de ella hasta quedarse seco.

El alcohol le servía para olvidar las penas y las dudas, sabía que solo era una sensación, que en realidad le hacía peor de lo que ya estaba, pero no le importó. También sabía que, por culpa del whiskey, al levantarse al día siguiente iba a tener un dolor de cabeza impresionante.

John y Mike, una vez acabaron sus cervezas, no volvieron a beber nada más, y al poco rato se quedaron dormidos. Billie Joe tardó mucho tiempo, y se lo tomó con calma. Cuando eran las cuatro de la mañana la botella se le resbaló de las manos, y cayó al suelo rompiéndose en pedazos, él se había quedado dormido una vez la había acabado.


Capítulo 7: Breakdown

El día antes de irse llegó en seguida. Estaban sentados en la hierba del lugar de su primer beso, ambos cogidos de las manos.

- Hand in hand –pronunció Billie Joe.

- Siempre recordaré eso: Flying hand in hand –cantaron los dos a la vez.



No volvieron a hablar en toda la tarde. Él estaba ocupado haciendo la maleta para el día siguiente y ella se fue a casa a descansar, puesto que habían estado toda la noche juntos sin apenas dormir.



El guitarrista de Green Day, el nuevo nombre de la banda, preparaba los últimos detalles de la grabación de la cinta para ella. Mike y John se emocionaron como dos maricas con el detalle de su amigo, y estaban poniéndole todo el empeño necesario para que saliera bien.

El pequeño Cd contenía unas tres canciones, eran pocas, pero suficientes para que ella les recordara por un tiempo. Esas tres canciones: Dry Ice, Going to Pasalacqua y Poprocks&coke, habían salido del corazón del cantante tres noches distintas.



- Tío, de seguro le encantan –le animó Mike una vez terminaron de grabar.

- Ojalá –le dijo a su amigo.

- Ya verás cómo sí.

- ¡Ey! Alegra esa cara. ¡Vamos a ser famosos! –gritó John muy emocionado.

- Hay que celebrarlo –se convenció el propio Billie a sí mismo.

Estar triste no iba a servir de mucho, lo único que iba a causar era más incomodidad entre los tres amigos.



Ya no valía echarse atrás a esas alturas, había dicho que sí a la oportunidad de grabar un disco, a pesar de exponerse a que ella se negar a irse con ellos, y no sé iba a acojonar tan fácilmente. Tardaría en conseguir olvidarla, pero sabía e intuía, aunque en realidad no deseaba, que iba a echarla de su mente tarde o temprano. Notó como un pinchazo en el corazón al pensar en ello, le causó mucho dolor, pero acabó por no hacerle caso y aguarlo con un largo trago de cerveza.



Lo único que le quedaba era beber. Lo que siempre hacía para olvidar las penas y las tristezas de su vida, aunque solo fuera por poco tiempo.

El cantante bebió, gritó y volvió a beber de nuevo. Sus dos amigos observaban como Billie bebía de la botella de color ámbar del whiskey barato que les habían regalado; y se comenzaron a preocupar del estado anímico del chico, sabían que lo estaba pasando mal, pero no podía creer que fuera para estar tomando todo el rato y sin parar.



Cuando Billie iba ya por la sexta botella comenzó a lloriquear, y la estampó contra el suelo con mucha rabia. John y Mike decidieron que ya bastaba de tanto beber, y a pesar de que el guitarrista se negara a ello, optó por quedarse dormido en el sillón del salón.



- Está peor de lo que pensaba –le comentó John en susurros al bajista.

- Lo sé. Por eso quiero que llegué mañana.

- A mí me pasa lo mismo, pero me da bastante pena.

- Lo sé –contestó Mike mirando al guitarrista dormir.



Dolor de cabeza, un fuerte dolor de cabeza era lo único que le pasaba, eso y las urgentes ganas de ir al cuarto de baño a vomitar. Notaba el sabor amargo del alcohol en su boca, la tenía pastosa, casi ni podía abrirla. Una vez llegó a la taza del baño, lo consiguió, a duras penas pudo echar todo el alcohol que le quedaba en el estómago, o por lo menos la mayor parte de él,

Se sentía peor que nunca. Sabía que tomarse siete cervezas seguidas, un día sí y otro también, no era bueno para su organismo y menos para su cabeza, la cual estaba a punto de estallarle.



Volvió donde estaban sus dos amigos, los dos en el mismo sofá y con los ojos cerrados roncando falsamente. Billie Joe sabía que estaban despiertos, pero no los molestó. Se fue a la cocina y se preparó un té muy cargado. Se lo tomó despacio, sin pausa pero tampoco sin prisa, esperando a que Mike y John se decidieran por levantarse de una vez.



- Billie, date prisa. Salimos ya –le comentó Mike desde el salón.

Fregó el vaso del café, y lo dejó donde los platos y vasos secos, cerró la puerta del armario una vez lo depositó en su sitio.

No se llevaban nada, porque los de la mudanza, amigos de Ollie la madre de Billie, se encargarían de todo aquel desorden causado por el guitarrista y sus dos amigos.


John condujo hasta la casa de Andrea, puesto que se querían despedir de ella antes de irse, y así darle la cinta que le habían grabado el día anterior. La madre de la chica salió a recibirlos. Billie miró por todas partes, pero no había rastro de ella.


- Lo siento, Billie… No está –le comentó tristemente la mujer -. ¿Deseabas decirle algo?
- Sólo darle este Cd. Hasta pronto, Charlie –se despidió del hermano de Andrea.

Le dio el disco a la madre y luego la espalda. Se montó en el coche seguido de por sus amigos. John y Mike lo miraron preocupados.

- Vámonos –dijo él con voz ronca.
Al Sobrante no discutió, arrancó el coche y desaparecieron de allí a gran velocidad.

Billie se sentía abandonado, pero a la vez entendía que ella no lo hubiera despedido; entendía que estuviera cabreada con él, si es que era eso lo que le pasaba. Al menos sabía que iba a recibir el disco que le había regalado, tenía la palabra de su madre de que, en cuanto ella llegara a casa, se lo iba a dar en persona.

Lo último que Billie pensó antes de salir del límite de Berkeley fue el nombre de ella, de la chica que le había hecho muy feliz en solo un mes: Andrea Gloria Nesser…



Capítulo 8: Despertar.

Los Ángeles, CA
20 Junio 2009

Sabía que había sido una mala idea. No debería haberlo hecho, ¿por qué coño lo había hecho? Me preguntaba una y otra vez a mí misma sin encontrar respuesta a mis preguntas.

Haberle dicho que sí a ese hombre, el único que me había amado después de Billie, era uno de los mayores errores de mi vida, pero ya no había vuelta atrás.

Me veía tan asquerosamente idiota vestida de blanco, en ese momento miraba una de las fotos en las que salíamos las chicas con John, Mike y Billie, se nos veía tan felices, echaba de menos aquel tiempo.

- Hija –oí la voz de mi madre detrás de mí -. No es momento de evocar tiempos pasados te tienes que casar.
- ¿Y si no quiero que pasa? –le pregunté mirándola desafiante.
- No digas tonteras… Amas a ese hombre y lo sabes…
- Pero…
- Billie no está… Se fue y ya… No va a volver.

Para qué seguir discutiendo si al final iba a acabar casada con ese hombre, Daniel Walker, un empresario de mediana edad, nacido en Nueva York y al cual yo había conseguido enamorar en la universidad de Berkeley, quitándoselo a todas mis compañeras de clase. Una joya que había adquirido yo, una joya que ni siquiera sabía que existía, pero lo más importante Dani era una joya en bruto que me quería dejar en casa al cuidado de mis hijos; aún así, ya me habían convencido todas las personas de mi alrededor de que le amaba sin saberlo.

Caminé por la entrada de la iglesia una vez el coche blanco me dejó en ella. Miraba en frente, mis amigas me observaban desde los bancos de roble, yo temblaba de pies a cabeza, no quería hacerlo, pero una vocecita en mi cabeza me decía que lo hiciera, el corazón no me decía nada, así que seguí adelante, les seguí el juego a mis padres, a mis hermanos y a mis familiares, incluso a Daniel.

Mi novio, quien estaba al fondo del todo, me observaba acercarme a él más sonriente que nunca. El cura ya estaba en el hueco entre Daniel y yo, era bajito, calvo y con gafas de media luna, llevaba la sotana negra típica de los curas y el alzacuello demasiado apretado en el centro de esta. Su voz apenas era un sonido agudo en mis oídos en taponados, solo oí pequeña parte de su sermón de todas las bodas.

Mi voz tembló al decir aquel sí que me encadenaría a él de por vida, el sí que iba a hacer que mi vida se fuera a la mierda literalmente. Pero lo dije, lo acabé diciendo a pesar de que yo necesitaba decir que no, de escapar de aquella iglesia y marcharme lejos de Los Ángeles y de mi familia. Aguanté como pude las lágrimas que querían brotar por mis ojos y rodearme la mejilla.

El resto del día estuve con un maldito nudo en la garganta que no se deshacía por más que yo se lo pidiera. Y cuando ya se estaba acabando el banquete de boda sentí que no podía más, salí de la mesa como pude y antes de que mi padre se pusiera a hablar sobre mi marido me fui al baño a la carrera. Me encerré en él y comencé a llorar como una estúpida, me descargué con rabia contra las puertas de mi escondite, no aguantaba retenerlas durante mucho tiempo más.

Alguien llamó a la puerta del inodoro, y yo pegué un bote como lo solía hacer siempre que alguien me sorprendía haciendo algo que no debería hacer o que no quería que nadie me viera u oyera.

- Somos nosotras –era la voz de Teresa. Abrí la puerta poco a poco y vi a mis otras amigas observándome tristemente.
- ¿Qué te pasa? –me preguntó Ángela.
- No debí decir que sí…
- Andie, Billie no está. Se fue.
- Y yo lo sé… Pero no amo a Daniel… y no quiero hacerle daño –comenté entre llantos.
- Andrea… Estas confundida… Te entiendo, y mucho… Pero, no sé… ¿Tan segura estás de que no le quieres? Aunque sea un poquito –Irene me lo dijo como si dudara de mí.
- Claro que lo quiero… Pero no sé… ¡Quiere que me quede en casa!
- Habla con él sobre eso… Si te quiere, lo entenderá.



Los Ángeles, CA
1 Julio 2009

Me desperté soñando en aquel día, en el que me convertí en la mujer de Walker. Añoraba ser sin más Andie, o Andrea Gloria Nesser, añoraba cuando estaba con él, cuando no quería despegarme de él, del chico de casi veinte años que me había querido sin que yo se lo pidiera. De vez en cuando me sorprendía a mi misma escuchando el disco que los chicos me habían grabado en aquel tiempo. En ese momento estaba oyéndolas en mi mp-4 mientras caminaba hasta mi lugar de trabajo en un bufete de abogados más importantes de California. Al fin había conseguido convencer a mi marido que me dejara hacer lo que más deseaba en el mundo, ganar casos y hacer que personas inocentes se salven de estar entre rejas por un tiempo.
La mañana se me tornó demasiado aburrida, así que a medio día, puesto que no tenía nada que hacer, llamé a mis amigas para comer todas juntas, ellas aceptaron en seguida a hacerme compañía. Una hora con mis amigas era lo mejor para hacer que mi m.ierda de mundo fuera uno mejor.



A las dos y media, como habíamos quedado fuimos juntas a comer. Las chicas me hablaban de todo lo que les había pasado en el medio mes en que yo estaba con mi marido de luna de miel.



- Andie… Tal vez te interese –me dijo Teresa haciendo que levantara la vista de mi plato de lechuga -. Un amigo de Christian, mi marido, necesita tu ayuda con un caso de acoso.

- Vale. Dile que se pase esta tarde cuando quiera… Tengo libre –le contesté a mi amiga sonriéndole.

- Me encanta verte sonreír.

- Gracias, Inés.

- Es la verdad… Y ¿qué tal con el empresario estirado?

- Inés –le regañó Marta, esto de tener dos hijos la estaba convirtiendo en nuestra madre por días.

- Déjala… Mal… Siento que no lo quiero del todo… Como si me faltara algo… Pero déjalo, seguro que no es nada.



A mi pesar, la comida se pasó muy rápido y tuve que volver al bufete antes de lo previsto. El amigo del marido de Teresa iba a llegar en un momento a otro y si yo no me encontraba en mi puesto, mis jefes me iban a echar una gran bronca.

Cuando llegué a mi despacho ya tenía encima del escritorio el dosier en el que contenía la demanda. Todo parecía normal, un fan había acosado demasiado a un roquero muy famoso y él había demandado al fan histérico. Por último leí el nombre de mi defendido: Tré Cool; no me sonaba de nada, aunque tampoco es que me tuviera que sonar ya que había dejado hacía mucho tiempo el mundo del punk, y bastante más desde que no volví a tocar con mi Fender.

El músico llegó a tiempo. Me saludó leyendo la placa que tenía encima de la mesa al lado del ordenador. El tipo era de mediana altura, pelo moreno en punta, ojos de un asombroso azul claro, iba vestido de colores chillones y bastante llamativos. Su manera de hablar y de vestir se me parecía demasiado a un gay, y al no ser por sus expresiones poco afinadas hubiera podido afirmar que lo era.

Tré Cool me contó todo lo que había pasado, el puñetazo del ojo que le dio el acosador y que todavía llevaba algo morado, y por último las amenazas de muerte del fan hacia su admirado baterista.


- Bueno señor Cool. Por lo que aquí pone el juicio tendrá lugar pasado mañana en los juzgados de Los Ángeles a las doce del medio día –le comenté al muchacho que me miraba interesado -. Hasta entonces pues.
- Adiós, Sra. de Walker –hice una mueca de desagrado al oírle decirme el apellido de casada.
Nos dimos un formal apretón de manos, y el músico se fue dejándome a mi sola de nuevo, sola con mis pensamientos hacia lo desastrosa que era mi vida de casada con Daniel.

Cuando llegó el momento de irme hacia mi casa, ordené un poco el despacho, cogí mi bolso negro y apagué las luces. Salí a la calle y comencé a andar hacia mi lugar de reposo.

Tré una vez salió de los juzgados se encontró con sus dos amigos que lo esperaban en la puerta, esperaban impacientes lo que le tenía que comentar. Billie Joe se acercó hacia él, Mike sin embargo no movió un músculo.

Los tres amigos comenzaron a andar de camino al Starbucks más cercano de donde se encontraban, una vez dentro y con el fresco del aire acondicionado del local se sentaron en una de las mesas más cercanas a la puerta, y como siempre, mirando a la calle por la ventana.
A los pocos minutos de pedir sus consumiciones se las trajeron. Billie Joe comenzó a jugar con el papelito del estrecho paquete de azúcar, mientras tanto Tré les contaba su cita con la genial abogada de su caso. El guitarrista no hizo casi caso a la conversación, él pensaba en lo suyo y en sus problemas con Addie, se acababan de divorciar y Billie no estaba en su mejor momento anímico, muy parecido a lo que le pasaba cuando más joven. La noticia de su ruptura matrimonial se estaba esparciendo como la pólvora por todo el mundo, y la prensa no dejaba de preguntar el porqué de su divorcio, el divorcio más corto pero a la vez más duro que los componentes de Green Day habían tenido en su tiempo. Porque en éste, al contrario que el de Mike y Anastasia, las dos partes habían quedado rotas cada una por sus razones más sentimentales. En el caso de Addie, ver como su querido marido se marchaba sin casi razones para hacer, y por el lado de Billie, haberla dejado por una chica, prima de su mujer, y de la cual no había oído hablar desde hacía ya casi, diecisiete años.

9. El juicio.

- ¡Dime la verdad, Billie Joe Armstrong!
- ¿Cuál de todas? –preguntó el guitarrista sin levantar la voz.
- ¡¿Cómo que cual de todas?! –Adrienne comenzaba a ponerse algo histérica por la reacción de su marido.
- No te quiero como antes.
- ¡Oh, Billie! No digas chorradas, por favor.
- Vale, ¿Quieres la verdad? –preguntó Billie Joe fríamente -. Nunca te quise. Me divertí mucho jugando contigo. ¡Solo era un puto juego!
- ¿Me estás diciendo que todos estos años? –se le quebró la voz.
- Sí. Han sido catorce años mintiéndote, ¡todo era una farsa!

La mano de ella le golpeó en la cara fría y dolorosamente. Después Adrienne lo miró con asco, y se fue de la casa pegando un fuerte portazo antes de salir a la calle para ya nunca volver a entrar.

- ¡Diles a los chicos el por qué de todo esto! –gritó el guitarrista con dureza una vez Addie se fue de la casa.
Le había mentido, tuvo que inventarse una gran mentira para que le dejara vivir su vida sin ataduras, solo, y sin nadie que le acompañara aparte de sus dos grandes amigos.
Sentía mucho lo ocurrido, sentía que a Adrienne le hubiera roto el corazón con aquella mentira, y sobre todo, sentía mucho no poder estar cerca de sus hijos como antes, y no verles crecer.


- Billie –giró la cabeza para mirar a su amigo Mike que le llamaba desde el lado del conductor -. Ya estamos en tu casa.
- Gracias. Tré, nos vemos mañana.

Billie Joe bajó del coche y se dirigió a su casa, un gran departamento en el centro de Los Ángeles. Lo que más le gustaba de su nuevo hogar, era lo cerca que estaba de la mayoría de los sitios de la ciudad, y también la gran libertad que tenía dentro sin nadie que le dijera lo que debía hacer, o le mandara quitar, como ya era costumbre, los pies de encima de la mesa.
Sacó las llaves y entró en el iluminado pasillo de la entrada.
Poco a poco subió las escaleras que le llevaban al primer piso. Nadie le salió al paso, ni la anciana cotorra de la puerta de enfrente; ni siquiera el catador de pasteles, como le llamaba Billie Joe por su envergadura, que siempre salía a comprar algo a la tienda de la esquina; nadie, extrañamente nadie. Tampoco le importaba mucho, es más se alegraba de ello.

- Por fin en casa –comentó el cantante mientras le daba una patada a un cartón que había por el suelo.

El interior del departamento estaba muy desordenado; muchas botellas de cerveza reposaban encima de la mesita del salón dejando solo un pequeño espacio que lo ocupaba el cuaderno de canciones del cantante, un montón de hojas del mismo color amarillento rodeaban las patas de la humilde mesa. Los cojines del sofá estaban esparcidos por todo el amplio salón. Y para matizar aquel caos, una colección de cajas de comida china, por lo menos una docena, decoraban la mesa donde comía.
Billie Joe suspiró, hacia unos meses que la chica de la limpieza, María una mujer con muchos problemas por el borracho de su marido, no se pasaba por la casa de ahí el desorden. El cantante miró su reloj, eran las once y treinta, demasiado tarde para llamarla, ya lo haría a la mañana, ya que bastante tenía la pobre mujer, como para que su marido la pegara de nuevo, al poder llegar a pensar que Billie era un amante de ella, o algo parecido.
Lo último y antes de irse a dormir, se quitó la ropa quedándose solo con los bóxers negros, no tenía ganas de abrir las sábanas de la cama, se tumbó en el sofá, sin entretenerse a quitar el viejo libro que tenía a los pies, y a los pocos segundos después cerró los ojos para intentar dormirse.


Eran las once y cuarto, paseaba yo sola por las calles de Los Ángeles camino a casa. Al pasar por el departamento de mi abuela, a pocas cuadras de donde yo vivía, un chico se despedía de sus amigos, cerraba la puerta del coche negro, y se dirigía hacia el gran edificio gris, dándome la espalda; ni su voz, ni cómo iba vestido: pantalones negros y camiseta a rayas, me sonaban de ningún vecino de mi abuela. Me sorprendí a mi misma mirándole el movimiento de su culo. Seguí caminando insultándome mentalmente, ¿estaba mal mirarle el trasero a otro hombre que no fuera tu marido? ¿Importaba a caso?

- Pues claro que no importa –exclamé en voz alta y sin darme cuenta.
- ¿Cómo dices? –me preguntó el vecino que paseaba a su chigua gua.
- Nada, nada. Estaba pensando en alto.

Me miró mal de nuevo y siguió paseando. No le hice caso, y entré en casa, no había nadie, y eso, por alguna razón, me alegró bastante.
Encima del mueble de la cocina Daniel había dejado una nota:

Estoy en Berkeley arreglando unos asuntos, volveré en unos días. Te quiero.

Daniel.

La mañana del juicio llegó con la misma rapidez que mi defendido, puesto que llegaba tarde. Solo nos dio tiempo de mirar un poco por encima lo que él iba a decir, y nos llamaron para que entráramos a la sala.

- Frank Edwin Wright III y Jimmy Edward Walker. Levántense. El jurado saldrá a deliberar, dentro de media hora se escuchará el veredicto.

Me dirigí al cuarto de baño de los juzgados ya que tanto tiempo sentada y el agua que había bebido comenzaron a molestarme en la vejiga, y dándome pequeñas punzadas.
Una vez en los amplios servicios me metí en el único que estaba vacío.
Estaba segura que iba a ganar el caso, el acusado era menor de edad y ya tenía antecedentes de otras ocasiones; pero lo único que me había puesto nerviosa era él. El tipo de la segunda fila, al lado de otro, rubio y más alto. Estaban todo el rato mirándome. Su expresión, como iba vestido y el color verde de sus ojos me recordaban bastante a los de Billie. No podía entender por qué tenía que aparecer, después de dieciocho años sin vernos.
Entré en la sala quinientos cinco con un dolor de tripa impresionante. La habitación estaba vacía por completo, al cabo de cinco minutos se comenzó a llenar de gente que hablaba demasiado alto. El juez mandó a callar por lo menos diez veces hasta que consiguió lo que quería. Luego miró al jurado, y pidió al representante que le entregara un papel.
- Al acusado, Jimmy Edward Walker será encerrado en un reformatorio hasta la mayoría de edad. No podrá salir en ninguna circunstancia del recinto del lugar.

1O. I'm on a sentimental journey.

- ¿Qué tal en el juicio? –me preguntó Teresa cuando llegué a su casa. La miré entre contenta y triste por la posibilidad de haberme encontrado de nuevo con Billie -. ¿Qué? ¿Me vas a contestar, o no?
- Tré es amigo de Billie.
- Sí, había uno que se llamaba así.
- No era pregunta. Estaba allí, lo vi con mis propios ojos –le dije con voz afectada.
- ¡No! –exclamó mi amiga comenzando a reír sin poder evitarlo.
- Sí.
- ¿Le hablaste? –comentó -. ¡¿Qué te dijo?! Cuéntame.
- No le hablé. Me fui cuando acabó todo. No quería verle.
- ¿Por qué no? –preguntó extrañada.
- Porque –bajé la mirada al piso -, si lo hubiera hecho, le hubiera abrazado y tal vez…
- Ya, entiendo.
- Hola, chicas –nos saludó Christian que acababa de llegar de trabajar.
- Hola –contesté mientras él besaba a Teresa -. Yo me voy. Os dejo solos. Parejita –puntualicé eso último.
Salí de ese ambiente amoroso para pasar a uno familiar: la casa de mi abuela. No aguantaba un segundo más allí, viendo como ellos se querían, y en cambio, Daniel, Billie y yo… Prefería estar oyendo las quejas de mi abuela sobre sus vecinos y su cuerpo, ya que al menos ella estaba viuda, y casi ni se acordaba de Steven, mi abuelo.
Me puse el mp-4 oyendo, como siempre, aquellas tres canciones que me hacían acordarme de esos ojos verdes… Las canciones cuyos acordes, y sonidos eran perfectos, donde los silencios y las notas se unían formando una única melodía, y donde la voz de Billie todavía era demasiado joven.
Antes de querer darme cuenta, ya había llegado al gran edificio gris central de Los Ángeles. Entré con mis propias llaves. Mi abuela me había hecho una copia para que entrara en la casa cuando me apeteciera.
- ¡Hey, grandma! –grité mientras cerraba la puerta.
- ¡Estoy en la cocina!
A pesar de tener casi ochenta años, oía y veía de maravilla.
Hacía mil años que no me pasaba por esa casa, pero seguía igual que siempre. La habitación de invitados en la entrada, el cuarto de baño al fondo del pasillo a la derecha, y la cocina a su lado. Seguramente si alguien me tapara los ojos con una venda podría decir perfectamente en que habitación estaba del departamento.
Estuve haciéndole compañía a mi abuela, más bien oyéndola contar lo guapo que era el vecino de enfrente y que quería que lo conociera, hasta que el sol comenzó a irse del cielo, y la luna ya se veía con todo su esplendor por la ventana del salón.

....


Creí encontrarme contigo en la calle, pero resultó ser solo un sueño. Me propuse quemar todas las fotografías. Te fuiste y yo tomé un camino diferente; reconozco tu cara pero no puedo recordar tu nombre… Me pregunto cuál será ahora…
Parece que despareciste sin dejar rastro. Tal vez te casaste con muchos desconocidos…
Recuerda, lo que sea. Parece que fue hace una eternidad.
Los arrepentimientos no sirven en mi mente, estás en mi cabeza, debo confesar, estás en mi cabeza desde hace mucho… Y en la más oscura noche, si mi memoria me sirve bien, nunca regresaré atrás en el tiempo, olvidándote a ti pero no los momentos.


Cantaba y tocaba esa canción casi todos los días. Cambiaba algunas palabras pero poco más.
Para Billie lo más importante, en esos momentos, era haberla visto de nuevo, sabía por fin como era su cara después de tantos años separados. No había pasado el tiempo en su manera de sonreír, ni tampoco en el color y forma de los ojos. Estaba tan guapa como la recordaba o incluso algo más bella que entonces. Y su voz, haberla escuchado de nuevo, le había hecho bien pero a la vez le había vuelto loco; por no poder acercarse, por no haberla abrazado, besado o, simplemente, haber hablado con ella.

Eran las diez de la noche cuando salí del piso de mi abuela. Algo captó mi atención allí, en las escaleras. El chico del otro día estaba sentado en ellas, llorando silenciosamente. Me acerqué a él intentando que no me viera, pero fue en vano.
- Adiós –me dijo él, me di vuelta. Seguía mirando al suelo.
Cuando alzó la mirada hacia mi cara nuestros ojos se encontraron, y me sentí atrapada, incapaz de reaccionar por la sorpresa. Tanto tiempo evitando esa situación, temiendo lo que estaba viviendo en ese momento. Y ahora el destino nos había unido, otra vez.
- “Andie” –pronunció el cantante cariñosamente.
- Be…
- ¿Qué haces aquí? –preguntó sin mirarme.
- Vine a ver a mi abuela.
- ¿La señora que fuma marihuana, y que todo el rato me quiere presentar a su nieta?
- La misma –dije riéndome.
- Pues dile que ya te he conocido y que me caes muy bien –comentó mientras se levantaba, y se marchaba escaleras arriba.
- ¡Billie! –le llamé haciendo que me mirara.
Salí corriendo y le abracé sin darle tiempo a reaccionar. Le dije todo lo que le había echado de menos.
Durante el poco tiempo que estuvimos abrazados bebí del momento, olí el pelo del cantante y sentí la calidez que desprendía su cuerpo; cerré los ojos y no atendí a nada más que a él, nada era tan importante como lo era para mí Billie en ese momento.
Él se separó de mí al cabo de unos largos minutos, me cogió de la mano y miró mi anillo con recelo. Su mano comenzó a sudar.
- Estás casada –dijo con una expresión muy extraña en su cara. No le contesté nada, ¿para qué mentirle, si mi alianza lo decía todo por mí? ¿Pero cómo decirle que solo lo amaba a él, a Billie Joe Armstrong? ¿Qué iba a pensar de mi si se lo llegaba a decir?
La reacción del cantante fue muy inesperada, para cuando quise darme cuenta de ello, sus labios estaban posados en los míos. Recordé con aquel beso los momentos que pasé con él. Llevaba deseando ese momento desde hacía dieciocho años. Me dejé llevar, y ya le estaba siguiendo en el beso, coloqué mis manos por detrás de su cuello, y le revolví el pelo colocando mis manos debajo de su cabello.
Una vez se separó de mí, se me quedó mirando, estaba algo rojo y no podía aguantar mi mirada. No habló, se había quedado mudo.
- Bie –pronuncié en voz baja, muy baja casi sin sacar ningún sonido de mis labios.
- Lo… Siento… Hola, Mike –levantó la mirada hacia el recién llegado. Yo me giré rapidamente y abracé a mi viejo amigo.
- Michael –le dije aún abrazada a él, le había hechado muchisimo de menos.
- Has crecido.
Lo miré sonriendo; estaba como lo recordaba aunque mucho más viejo. Ahora iba de moreno, con el pelo en punta, y patillas a cada lado de su cara; iba vestido de negro, una camiseta de manga corta, y se le veían los tatuajes de ambos brazos; y sus ojos seguían como siempre, de un asombroso color azul, que todavía me seguía tranquilizando cuando lo miraba atentamente.
- Tú sí que has crecido, cabrón.
- ¿Y qué hacéis aquí los dos junto? –Billie y yo bajamos la mirada al piso -. Vale, no hace falta que me contestéis -. Nos acercó a él, y pasándonos las brazos por nuestros hombros, comentó -: ¿Recordando viejos tiempos, no?

11. Little girl, why are you crying?

Olí, después de doce horas encerrada en un mismo edificio, el olor de la gasolina de los coches de Los Ángeles. Hacía un buen día para caminar. El sol estaba en el cielo despejado, y la gente andaba por la calle en compañía de otras personas.



Anduve las pocas cuadras que me quedaban hasta llegar a mi casa. Había dejado a los dos amigos dormidos en el departamento de Billie, no les desperté. Por la noche habíamos estado hablando del tiempo que pasamos separados, y recordando las paridas de nuestro amigo John Kiffmeyer; quien abandonó la banda antes de llegar a grabar ni tan siquiera Dookie; y siendo reemplazado por el gran hombre y bisexual de Tré Cool, un californiano de origen alemán.



Sentía mucho no haber estado allí, para ver con mis propios ojos cómo la pequeña banda llamada Sweet Children pasó a ser aquel, conocido grupo de música, Green Day de ahora; ver cómo llegaron a hacerse famosos…



Decidí pasar a una cafetería para desayunar un poco. Entré en la primera que encontré, un local bastante modesto a solo dos pasos de mi casa, donde, como seguramente, todo tipo de mujeres, niños, hombre y ancianos se dejaban caer todas o casi todas las mañanas.

Me senté en el lugar más cercano a la puerta mirando hacia ella.

Al paso de unos minutos el camarero me trajo lo que le había pedido, un café y un cruasán. Cuando me iba a llevar el dulce a la boca, una voz de chico me hizo girarme. Era Tré, que me miraba sonriendo con entusiasmo.



- ¿Qué haces aquí? –me preguntó mientras se sentaba conmigo, dejando su taza enfrente de mí.
- Lo mismo te iba a preguntar a ti.
- De camino a casa de Billie, ¿tú?
- De vuelta de casa de Billie –le dije sin comentar nada más y fijando mi mirada al café.
- ¿De qué lo conoces? –preguntó aunque parecía conocer la respuesta que iba a darle.
- Soy… digamos que soy la mujer que hizo que se separase de Addie…
- Y ayer os encontrasteis después del juzgado, te besaste con él, y Mike os interrumpió. ¿Me equivoco? –comentó como si nada, de carrerilla, y todavía leyendo alguna cosa en el periódico que tenía en sus manos. Yo solo dije un pequeño “si” sorprendido; sin duda o era muy listo para adivinar las cosas, opción que no creía; o Billie lo había llamado y contado todo.
- Yo me voy ya, Tré. Saluda a los chicos de mi parte –le dije, dejando el billete en la mesa, cogiendo mis cosas y levantándome.
- Adiós, Andie.


Bebí el último sorbo del café, y salí a la calle con intención de ir a casa. Lo más seguro era que Daniel hubiera llegado ya y se preguntara donde me encontraba. Sabía cómo era, y podía llegar a pensar mal en momento dado.



Entré despacio y sin hacer casi ruido a cerrar la puerta. Al pasar al salón lo vi sentando en el sofá azul, y mirando la pantalla del televisor.
Desvió la vista del aparato para observarme a mí.

- ¿Dónde estabas? –me preguntó demasiado tranquilo, y no me dio buena espina.
- En casa de mi abuela.
- Já –exclamó ya algo más cabreado -. No me mientas. Tu querida abuela me ha contado que estuviste con su vecino.
- ¡¿Qué?! –pregunté más sorprendida por mi abuela, que le había contado todo, que por el simple hecho de que Daniel lo supiera -. Ya sabes que mi abuela fuma demasiados porros. ¡Estaría colocada! –se me hacía raro decir eso de mi abuela, pero era la verdad, fumaba porros desde los dos años, y más de una vez se inventaba cosas por causa de estos -. Ya la conoces.
- Y por eso sé que lo que me cuenta es verdad. ¡¿Qué hacías con ese?! ¡¿Te lo has tirado, no?! –estaba fuera de sí, y nunca le había visto comportarse de esa manera.



Los siguientes momentos dejé de defenderme, no decía nada, ni siquiera gritaba, lo único que sentía era dolor, mucho dolor en todas las partes de mi cuerpo. Oía como mi marido me insultaba y me pegaba cada vez más fuerte. Todo era un sufrimiento demasiado profundo.

No solo lloraba por que Daniel me estuviera pegando, si no que era más bien por el simple hecho de que era verdad lo que decía, había estado con Billie, le había besado, y por ello ahora estaba recibiendo todos esos golpes.



Estuvo bastante tiempo descargándose con mi cuerpo, y cuando acabó me dejó sola en un rincón, y se fue a casa dando un gran portazo.

No supe cómo reaccionar, solo pude llorar, llorar lo máximo que había llorado en la vida, me dolía todo el cuerpo y casi ni podía moverme de donde estaba.



Lo único que hice fue coger el teléfono y llamar a mis amigas… Pero ninguna estaba en casa…

Solo me quedaba alguien a quien llamar a parte de a mis amigas. Su voz sonó por el otro lado del tubo, mis lágrimas cayeron por mi rostro, pero esta vez en forma de alegría al oír esa maravillosa voz.



- Bi…llie.
- ¡Andie! ¿Pasa algo? –preguntó preocupado.
Le conté todo; que Daniel sabía que había estado con él, y que tenía demasiado miedo por lo que pudiera llegar a hacer -. ¿Voy yo… o vienes aquí? No, espera. Ya va Mike. No te muevas. ¿Tiene alguien las llaves a parte de ti y de tu marido?

- Sí, mi abuela.

- Okay. En cinco minutos Mike está ahí.



Como me había dicho, Mike llegó a mi casa. Al verme en el suelo me ayudó a levantarme y me abrazó con cuidado. Respirar el olor de la ropa de Mike me hizo bastante bien.



- Ya estoy aquí –me comentó cuando comencé a llorar con fuerza en su hombro, y dejándolo bastante mojado.



Me ayudó a salir de casa, y poco a poco fuimos andando a la de Billie. Cuando estábamos ya en el departamento, Mike me dejó a solas con el cantante quien también me abrazó con cuidado y cariño.

Estaba en pantalón de pijama, se le veían todos los tatuajes que llevaba en el torso y los brazos. Vi el nombre de Joseph y el de mi prima Adrienne, los dos en el mismo brazo. Billie debía de querer mucho a su ex mujer para llevar su nombre tatuado. Me pregunté si pensaba seguir llevándolo.



- ¿Qué miras? –preguntó, dejando un vaso con una tila enfrente de mí.
- ¿No tienes otra cosa más fuerte? –comenté desviando la conversación -. Yo que sé. Cerveza, whiskey, algo… -Billie sonrió enseñando sus dientes, que estaban tan desastrosos como los recordaba.
- ¿Qué te ha hecho ese hijo de puta? –preguntó.
- ¿Qué te ha hecho ese hijo de puta? –preguntó.

- ¿No es evidente? –pregunté crudamente señalándome las zonas golpeadas. Por alguna razón comencé a llorar de nuevo.

- ¿Estás bien?

- Quiero terminar con todo esto de una vez. No le quiero… Me casé obligada, yo solo…



Se había levantado, y acercado a mi sitio. Me miraba interesado por mi siguiente frase, la que no llegué a pronunciar en ese mismo momento, aquella frase que quedó a un lado de mi cabeza porque Billie no me dejó decirla; se había acercado de nuevo, y presionó sus labios sobre los míos. Poso después se separó lentamente de mí.

- … Te quiero a ti –por fin me dejó decirlo.

El cantante volvió a besarme, pero esta vez más apasionadamente. Hizo que despegara los pies del suelo, y todavía besándonos fuimos a la habitación de Billie. Nos tumbamos en la cama, y él comenzó a quitarme la ropa poco a poco. Sentía algo de miedo por el posible dolor que me pudiera causar, por culpa de los moratones y las heridas, pero Billie intentó por todos los medios no hacerme daño. Acarició con cariño todas las partes de mi cuerpo.

Nuestros besos cada vez eran más a la desesperada, habíamos deseado los dos demasiado tiempo ese momento que ahora estábamos viviendo, que lo disfrutamos como si fuera el último rato que pudiéramos estar así de juntos.
Apretaba su cuerpo cada vez más al mío; me hizo olvidar todo lo malo que me había pasado ese día, olvidar las palabras acusadoras de mi marido, los golpes que me había dado por todo el cuerpo, y sobre todo el odio que tenía en ese momento en el cuerpo; mis pensamientos estaban en esa habitación, esa cama y en el hombre con el que me estaba acostando.

Billie buscó mis manos, y me las agarró con fuerza, luego soltando una de ellas, volvió a acariciar mi cuerpo. Mi mano suelta le agarraba el pelo con fuerza, tironeando de él y revolviéndolo un poco más de lo que ya estaba.

Y todavía besándonos pasionalmente Billie apretó de nuevo su cuerpo contra el mío, con cuidado para no hacerme daño.

Billie estaba consiguiendo hacerme sentir lo que nunca había sentido con nadie más; lo hacía de una manera especial y cuidadosa, al contrario que Daniel que lo hacía todo lo más de prisa posible. Noté con ello quien de los dos me quería de verdad y quién de ellos no.



Deseaba que ese momento no pasara, que Billie siguiera ahí dentro de mí durante un largo tiempo, pero se notaba cuando estaba acabando, ya que relajó los músculos del cuerpo y dio un pequeño suspiro.

Su aliento cubrió toda mi cara, olía a menta fresca. Billie me besó una última vez, y se colocó al lado mío en la cama. Yo puse mi cabeza en su pecho, y abrazados nos quedamos dormidos.

Capítulo 12. I can wait forever.

El despertador sonó ruidosamente en su lugar, en la mesilla. Billie Joe lo apagó enseguida y se levantó de la cama intentando no despertar a su acompañante. La miró dormir, observó con una sonrisa en los labios como las sábanas subían y bajaban con lentitud.



El sonido del timbre de la puerta hizo que el guitarrista levantara la mirada. Salió de la habitación y se fue a abrir la puerta. Todas las amigas de Andrea, menos Teresa, le miraban algo preocupadas.



- ¿Qué hacéis aquí? –preguntó Billie Joe cerrando la puerta.

- No sabemos dónde está Andie.

- Pues aquí –la voz era de ella.

- ¿Andre? –todas se dieron la vuelta para mirar a la recién llegada -. ¿Qué cojones te ha pasado?

- Daniel me pegó ayer. Ninguna de vosotras contestabais y vine aquí… -les explicó -. ¿Y vosotras qué hacéis aquí?



Las amigas se enviaron unas cuantas miradas cómplices. El cantante, al ver que ellas no se aclaraban decidió hablar él.



- Son… esto… Amigas mías desde hace un tiempo…

- Vosotras lo sabíais todo, y planeasteis que me encontrara con los chicos, ¿verdad? –preguntó algo cabreada.

- En cierto modo… sí.

- Muy bien –volvió a hablar, se metió en el cuarto y al poco rato salió.

- ¿Dónde vas?

- A cualquier sitio donde las personas no sean unas mentirosas. Y no volveré.



El portazo retumbó en los oídos de Billie Joe una y otra vez. Andrea había dejado claro que no iba a volver por la casa, y también que le odiaba por todo.





Tal vez había actuado de una forma un tanto histérica. Pero si había algo que no aguantaba era a los mentirosos, aunque yo fuera una de ellas.



No sabía a dónde ir, no había ningún lugar en los Ángeles donde alguien me esperara, y si lo pensaba bien, fuera a donde fuera me vería rodeada de mentirosos en potencia. ¿Dónde podía ir?



Entonces, como si nada, vi mi oportunidad andando despreocupadamente por la calle entre la multitud. Vestido con sus extravagantes trajes y con el pelo rojizo peinado en punta. Tré Cool. Mediante un impulso lo abracé; nunca creí que pudiera llegar a estar tan contenta de verle.



- Bueno, bueno… Si insistes –comentó riéndose, me agarró de la mano y me llevó con él.



- ¿A dónde vamos, Tré?



- Ah, ¿no querías ir a…? –hizo cejitas.



- Tré. ¡Por Dios!



- Ya… Entiendo –ahora puso morritos y sus ojos brillaban de forma algo intensa -. Sé que Billie es mejor que yo en la cama, pero no hace falta que me lo digas de esa forma. Tengo sentimientos, ¿sabes? Y hablándome así parece que no te importan mucho, y…



Lo miré riéndome de la situación, y de la vocecita que había puesto al hablar, más de la que ya es la suya.



- ¿Y ahora te ríes, no? Mala persona.

- Ey, Tré. Déjalo ya, por favor. Que tengo cosas más importantes que hacer que verte a ti haciendo el gilipollas –le comenté serenándome, y conteniendo la risa como podía.

- ¿Y a dónde vas?

- No sé… A cualquier sitio menos a mi casa, y tampoco a la de Billie.

- Vale, ¿te importa si te acompaño?

- No, mejor. Necesito descargarme con alguien.

- ¡Me encanta ese papel! –exclamó y volviendo a sonreír -. ¿Y qué se supone que es lo que ha pasado?

- Daniel…

- Ah. Oh. Son of a bitch. ¿Y qué piensas hacer?

- Todo menos volver con él. Pero, como he dicho antes, no sé a dónde ir –le dije bajando la mirada al piso y a punto de llorar.

- ¡Quédate conmigo, en mi casa!

- ¡No! No quiero ser una molestia, Tré –le contesté. No le había dicho eso para que se compadeciera de mí, aunque era normal que lo hubiera interpretado de esa forma.

- Te vienes a vivir conmigo y no hay más que hablar.

- Bueno… Si insistes.

- Así me gusta. Y ahora, lo primero es que cojamos confianza el uno al otro, y viceversa. ¿Qué te ha pasado con Billie y tu marido?

Capítulo 13. If you life with me...

Era la primera mañana que dormía en la habitación de invitados de la casa de Tré. Era una gran habitación situada al lado del patio común. Frank me había prometido encontrar una forma de conseguir mis cosas de la otra casa. Y yo por la noche ya había barajeado distintas opciones, y había descartado unas cuantas descabelladas que consistían en ir Tré o yo. Para al final optar por la más fácil y rápida.



- Tré –saludé a mi nuevo compañero de piso, sentándome en una de las sillas de la cocina.

- Hola, Andie.

- ¿Te importaría ir al departamento de Billie e ir a donde la vecina de enfrente y pedirle mis cosas?

- Claro, no te preocupes. ¿Y tú qué harás mientras tanto?

- Compraré algunas cosas de comida, y tal vez me pase por los juzgados –le comenté.

- De acuerdo. Yo me voy ya –anunció cogiendo dos baquetas de encima de la mesa, se despidió de mí y se marchó chiflando.



Tenía el piso para mi sola, no era muy grande, pero como solo conocía mi cuarto, la cocina y el baño, quise investigar un poco antes de irme a hacer lo que le había dicho a Tré.



Lo primero que encontré fue el salón, era bastante amplio, pero el desorden y la cantidad de cosas que había, lo hacía extremadamente pequeño. Dejé todo como estaba, no quería entrar y encontrarme con todo tipo de animales y bichos asquerosos.



Lo siguiente fue el cuarto de Tré, abrí la puerta con cuidado, por si se me caía algo encima, pero descubrí, milagrosamente, que todo estaba ordenado y en su sitio.



Cuando me cansé de descubrir cosas fui al baño a darme una ducha antes de salir de casa. Cuando terminé me cubrí el cuerpo con la toalla rosa de Frank, y fui a mi cuarto a cambiarme de ropa. Cogí un poco de dinero y salí del departamento topándome con la vecina del baterista; una chica, probablemente de mi edad que me resultó bastante simpática. Su nombre: Ana Phoenix, como ella me dijo.



- Me alegra saber que Edwin ha conseguido compañía. Se le veía algo solo –me comentó cuando bajábamos por el ascensor.

- Insistió tanto que no supe decirle que no.



- ¿Le conoces desde hace poco, verdad?

- Sí. Hará unas pocas semanas, sí. Pero se nota que es un gran hombre –le dije sonriéndola un poco incómoda.



Nos despedimos al llegar a la calle, yo me fui al centro comercial y ella al restaurante donde trabajaba.



Una vez en el Centro Comercial fui a la sección de carnicería para comprarle algo a Tré, y luego a la de vegetales; al final decidí hacerme amiga de esa comida verde y repugnante, que no me gustaba cuando adolescente.

Al salir me topé con una tienda de música, hacía mucho que no iba a una, y me entró el gusanillo de saber qué tipo de música tocaban los chicos, ya que Frank no tenía un solo disco en la casa… Cosas de la vida…



Me decidí por uno cuyo nombre me atrajo: American Idiot, y por otro que decía ser el nuevo. Pagué por los dos discos y salí de camino a casa de Tré.



Al llegar, una sorpresa me esperaba en la puerta, me sonreía ampliamente, y yo lo miré cabreada.



- ¿Qué haces aquí? –le pregunté entrando en la casa.

- Pedirte perdón.

- Já. ¿Y eso por qué?

- Sé que no debíamos haberlo mantenido en secreto todos estos años –me comentó -. Y que te ha dolido bastante y…



Suspiré por lo que iba a hacer a continuación, no fue premeditado, no paraba de hablar, y era la única forma de que se callara, y de decirle que le perdonaba de verdad. Dejé las bolsas en el suelo de la entrada, y me di vuelta y le besé.



El cantante me siguió el juego también besándome. Rodeó mi cuerpo con sus brazos, y yo jugué con su pelo como dos noches atrás. Poco a poco fuimos al cuarto de invitados, y acabamos como solíamos, uno encima del otro, ambos desnudos y haciendo el amor hasta no poder más.



- Andie, he oído ruido… -habló Tré acercándose al cuarto y abriendo la puerta -. Por Dios. Haber avisado y me unía a la fiesta.



Billie cogió uno de los cojines y se lo tiró al baterista que cerró la puerta de golpe. Y volviendo a hablarnos desde fuera de la habitación:



- Vale. Vale. ¡Ya sé que soy feo, me he dado por enterado! –gritó con todas sus fuerzas, y volvió a sacar la cabeza por la puerta -. Tenemos cena en casa de Mike en cinco minutos.



Capítulo 14. Nuevas compañías.

Todos estábamos reunidos en el salón del departamento de Mike; Britt nos había invitado a cenar como dijo Tré. Estaban con nosotros también Ana Phoenix, la vecina de Tré, y su compañera de piso Esther Smith.



Casi todos hablaban sobre mi decisión de divorciarme cuanto antes de Daniel, menos yo que simplemente miraba el mantel de la mesa. Sabía perfectamente que era yo la que más tenía que hablar de ese tema, pero no estaba con muchas ganas de hablar de mi marido.

Tenía otras cosas en la cabeza, a parte de esa, estaba esperando los resultados médicos de ginecología; llevaba unos días de retraso en la menstruación (justo me tocaba el día después de estar con Billie), y había ido al hospital con intención de que me dijeran si estaba en estado o no.



- Andie. ¿Estás bien? –oí como una voz me llamaba, era Mike, quién me miraba preocupado.

- ¿Eing? Sí, sí. Estoy bien –dije volviendo a la realidad -. ¿Qué decíais?

- Que si te parece bien que vayamos mañana a los juzgados.

- Vale… Genial –contesté todavía algo ida.

- ¿En serio estás bien?

- Bueno… Sí.

- Tranquila. Te desharás pronto de ese hijo de puta –me comentó Billie cogiéndome de la mano.



Le sonreí, no por los ánimos que me daba, si no por la simple razón de que él no sabía dónde estaba exactamente mi cabeza en esos momentos.

Algo me decía, tal vez mi instinto o tal vez lo que más deseaba, y si era verdad que estaba embarazada, que el hijo que esperaba era de Billie. Pero todavía tenía el miedo de estar equivocada, y que el padre fuera Daniel.



Tré nos llevó a casa, llegamos en pocos minutos ya que estábamos muy cerca de casa. El baterista invitó a las vecinas a entrar a nuestro departamento, tanto Ana como Esther aceptaron.

Frank, como era de esperar, estuvo todo el rato fumando marihuana, nos ofrecía, pero nosotras negábamos.



- No, gracias…

- Como queráis –comentó el baterista, tenía los ojos rojos y se reía a lo tonto cada dos por tres.



Cuando las chicas me ayudaron a colocarlo bien en el sofá, se fueron a casa, ya eran las cuatro de la mañana y todos necesitábamos descansar, ya que íbamos a ir bastante pronto a los juzgados a lo del divorcio.





- ¿No crees que Andrea está un poco rara? –le preguntó Billie Joe a su amigo Mike encendiéndose un cigarrillo (el noveno de la noche).

- Sí. Creo que todos lo hemos notado –contestó el rubio quitándole el cigarro de las manos. Billie comprendió que ya bastaba de tanto fumar.



Nadie entendía lo que le estaba pasando a su amiga, andaba muy a lo suyo y no intentaba, por ningún medio, meterse en la conversación. Y eso a Billie le preocupaba y bastante. Nunca la había visto comportarse así, de esa forma tan pensativa.

Hacía bastantes días que no había podido hablar con Andrea a solas, ni un segundo, porque ella estaba todo el rato rodeada por sus amigas, y no le dejaban acercársele. Tal vez se había cansado de todo, de Billie, de no poder estar con él como deseaba, o tal vez era por algo más. Entonces cayó en la cuenta; la chica no paraba de protegerse el estomago en todo momento, no había dejado que nadie la golpeara fuerte en esa zona…

El cantante abrió los ojos… No, no podía estar embarazada, tenía que haber otra explicación para que se comportara así, de esa manera… Pero, ¿Cuál exactamente? ¿Había otra posible explicación? No, no la había; además todo indicaba a eso, lo había hecho sin protección, y no solo una vez, si no dos, y casi seguidamente.



Mike le miró preocupado, puesto que llevaba un buen rato sin hablar. El guitarrista le devolvió la mirada.

No siguieron hablando mucho. Billie tenía la cabeza en otro sitio. Y ambos estaban demasiado cansados como para seguir con la conversación.





A la mañana siguiente no sabía dónde estaba, la cabeza me daba vueltas y casi ni podía abrir los ojos. Oí el sonido del timbre y a Frank abrir la puerta. Entonces recordé mi nuevo hogar, y los planes para esa mañana, y…



- Oh. ¡Mierda! –grité, y a los pocos segundos Tré y las vecinas entraron en mi habitación seguramente para saber el qué me había hecho gritar de esa manera.

- Joder. Nos has asustado –comentó Esther.

- Lo siento. Me he dormido. No pretendía…

- No pasa nada. Aún nos queda una hora –me dijo Ana sonriéndome.



Últimamente solía dormirme con rutina, no me sentía cansada ni siquiera un poco; me dormía rápidamente, y luego me despertaba tarde. Además de ello, me levantaba con un hambre voraz, y vaciaba la nevera en cuestión de segundos. Todo eso solo podía ser por una causa, y era la más lógica… En efecto, estaba embarazada. ¿Pero quién de los dos hombres era el padre? ¿Billie o Daniel? No se sabía y tampoco quería saberlo.

Capítulo 15. I think I hate you

Todos íbamos a los juzgados; era algo cómico, no para nosotros, si no para los que trabajaban allí, éramos diez personas en total, y todos veníamos a lo mismo, conseguirme un abogado.



Todo iba bien, había conseguido sacar fuerzas y terminé con los papeles necesarios para divorciarme. Escribí mi firma donde debía. Pero había un pequeño problema…



- Falta la firma de la otra parte –me comentó mi abogada. Todos nos miramos pensativos -. Necesitamos que las dos partes estén de acuerdo. Y si no firmáis los dos el divorcio no es válido.

- Lo sé. ¡¿Cómo coño no me he dado cuenta antes?! –exclamé nerviosa, y a la vez enfadada conmigo misma por no haberme dado cuenta de ese inconveniente.



Había tenido la mente ocupada en el problema del embarazo, que no me había acordado de Daniel. ¿Cómo iba a llamarlo? Desaparecía unos días y luego volvía con los papeles del divorcio… Sabía que no iba a firmar por las buenas, era capaz de no hacerlo con tal de joderme la vida. Y si no firmaba… ¿Estaba dispuesta a llegar a juicio para poder divorciarme? No lo sabía, y tenía bastante miedo de llegar a perder… Pero, qué cojones, me había pegado, tenía pruebas y testigos de lo sucedido… Seguramente lo negaría todo… ¿Qué coño podía hacer? ¿Le llamaba o no? ¡Idiota y gilipollas! ¿Cómo podía dudar en una cosa así? Necesitaba divorciarme… Tenía que hacerlo.



Saqué mi móvil del bolsillo, miré un rato a la pantalla, en la cual salíamos Billie y yo, sonriendo… Lo tenía que hacer aunque solo fuera por nuestra relación; suspiré y busqué el número de Daniel en la agenda. La verdad, no entendía porque lo guardaba todavía ahí, junto a las personas más importantes en mi vida. Su voz hizo que volviera a la realidad, Daniel solo me había gritado al contestarme, y eso me puso más nerviosa aún, en ese momento me di cuenta de que odiaba esa voz, y que deseaba no oírla en la vida.

Le dije más enfadada que él que tenía que venir ya a los juzgados. Se puso a gritar aún más, me comentó que no iba a firmar nada para que yo me vaya de rositas y sin sufrir por lo que le había hecho, pero que vendría solo para partirle la cara a Billie.



Le colgué en cuanto se me puso a insultar. No quería seguir oyéndole gritar. Simplemente no podía seguir ahí con el móvil porque iba a conseguir que se me escapara una lágrima.



Les comuniqué a todos que ya nos podíamos ir de allí, que Daniel no entraba en razones, y que no iba a venir a firmar ningún papel y que lo más probable era que tuviéramos que volver algún otro día pero para asistir a un juicio.

Los chicos me miraron algo apenados, pero no comentaron nada, más bien porque yo no les dejé. Salimos de allí lo más rápido que pudimos, no quería que Daniel se presentara y acabara por montar un pollo en mitad del pasillo. Pero queda decir que no lo conseguí, aunque cuando lo vimos ya no estábamos dentro si no que habíamos llegado a la calle.



Daniel nos miró con cara de malas pulgas, se acercó a Billie, y como dijo que lo iba a hacer, le pegó un puñetazo mientras le gritaba los mismos insultos que me había dicho a mí pero con distinto género. Yo no pude hacer nada, les miré mientras se pegaban. Tré y Mike intentaron por todos los medios separarlos, pero tampoco lo consiguieron.

Por fin conseguí hacer algo que hizo que los dos se separaran. Me acerqué como pude a los dos, y poniéndome entre Billie y él, le pagué un puñetazo a Daniel en toda la nariz, la cual comenzó a sangrar.



- Hija de… -dijo Daniel mientras se llevaba la mano a la nariz.

- ¿Hija de qué, eh? ¿Qué la ibas a decir? –le gritaron Tré, Mike y Billie a la vez.

- Dejadlo. Vámonos a casa ya. Por favor –les supliqué a los tres ya que se iban otra vez a por Daniel.



Para mi alivio se acercaron a nosotras, que los mirábamos preocupadas, y nos fuimos de ese lugar lo más rápido que pudimos.

Yo no hablé en todo el camino, estaba en el lado del copiloto mirando por la ventanilla. Se me había olvidado por completo lo del embarazo, así que hice que Billie diera media vuelta. Como la situación también le afectaba al cantante, le conté todo lo que había hecho, y a donde quería que fuéramos.



Una vez en el hospital, tardaron un buen rato en atendernos, y Billie y yo cada vez estábamos más nerviosos por saber los resultados de mis análisis de sangre.

Cuando ya parecieron decidir en contárnoslo, una enfermera vestida de blanco nos hizo pasar a la consulta de mi ginecólogo.



- ¿Y bien? –le pregunté a Fred una vez nos sentamos enfrente de él.

- Pues… Según lo que los análisis nos han dicho, estás embarazada de dos semanas.



Billie y yo nos miramos algo contentos, según lo que Fred nos acababa de decir, el bebé era del cantante.

Capítulo 16. I hope you had the time of your life.

Pasaron unos meses desde que Fred, mi ginecólogo, nos dijera a Billie y a mí que íbamos a tener un niño, juntos.

En esos momentos estaba en mi coche yendo hacía el segundo juicio que comprendía nuestro divorcio; todo parecía estar a mi favor por lo que mi abogada me iba diciendo.

Mi móvil comenzó a sonar estruendosamente a mi lado, lo cogí como pude y contesté a la llamada, era Billie que me quería dar buena suerte; él y los chicos estaban demasiado lejos en uno de sus conciertos, y no podían estar ahí para darme ánimos.



Hablé con Billie, Tré, Mike, Ronnie y los Jason, me comentaron que todas las canciones del concierto iban a ser dedicadas a mí para darme suerte en el juicio. Y cuando acabé de hablar con todos ellos, corté el teléfono y lo dejé donde estaba.



Algo hizo que yo tuviera que frenar de repente, un camión se me acercaba por la derecha a toda prisa, no logré parar a tiempo mi coche, y con un golpe secó noté como el camión me chocaba; me faltaba el aire, y como dejaba de respirar. Noté un dolor difícil de explicar en mi estómago.

Algo me decía que no iba a salir bien parada del accidente. No sé exactamente cómo explicar lo que sentía en ese momento; era demasiadas cosas a la vez, que no supe lo que me pasaba exactamente. Perdí el control de mi cuerpo y salí disparada por la ventanilla.



Lo único que recuerdo es verme rodeada por una luz intensa, no podía abrir los ojos en ese momento, mis párpados eran demasiado pesados como para poder levantarlos.



Poco a poco volví en mí, estaba en una habitación de hospital rodeada por un montón de tubos. En ese momento me entró un ataque de ansiedad de lo más fuerte. Mis amigas me miraban preocupadas.



- Andie, ¿estás bien? –me preguntó Ángela.

- Humm… S… Sí –conseguí decir a duras penas.

- ¡Te atropelló un camión gigantesco!

- Lo sé –comenté -. ¿Dónde está mi hijo? ¿Está bien?

- Esto… Andrea… Con el accidente lo perdiste –me contestó Marta tranquilamente.

- ¡NO! –grité fuera de mí, comencé a llorar amargamente.



Ahora ya nada me iba a devolver a mi hijo, lloraba como la vez que Daniel me pegó, como cuando no encontraba una manera de salir de mi depresión, como cuando Billie y los chicos se fueron para no volver hasta dentro de un tiempo. No podía creer que esto me estuviera pasando a mí. Todo lo malo me pasaba. Nunca nada que me hiciera feliz para siempre.



El médico me dijo que no iba a poder tener más hijos durante un tiempo. Desde entonces no hacía más que mirar por la ventana. No hablaba con mis amigas. Ni siquiera con las enfermeras. Tampoco, como era lógico, hablé cuando mis tres hermanos me preguntaron cómo estaba.

Los chicos no parecían tener casi idea de donde me encontraba, por lo que las chicas me comentaron solamente les habían dicho que había tenido un accidente y que estaba bien. Pero a mí no me importaban ellos, ya no pensaba ni en Billie, ni en ninguno de los demás chicos. Ya nada me ataba a Estados Unidos, ya no tenía algo por lo que luchar, y parecía que mientras estuviera allí, viviendo, las cosas no iban a mejorar para mí, eso me hizo pensar que tal vez California no era donde tenía que estar, que no era mi verdadero hogar. Así que decidí que en cuanto los médicos me dieran el alta me iría lejos, lejos de todo aquello, lejos de los malos momentos que pasé en ese lugar. Les comenté el plan a mis amigas, pero no dijeron nada. Ya lo había decidido, así que no había ocasión para que me hicieran cambiar de idea.



El momento de mi ida, llegó demasiado pronto, en tan solo cuatro días, ya estaba en un avión camino a mi nuevo hogar. Escuchaba música, llevaba mi guitarra entre mi equipaje, dejé los juzgados, y ahora solo estaba para mi música, y mis canciones. Iba a cambiar de vida radicalmente, tal vez, me haría fan de los chicos y comenzaría a escuchar su música, solamente para recordarlos de vez en cuando. Y volvería a mi vieja pasión, Los Ramones, era mi grupo favorito cuando joven, me había marcado para toda la vida, y por eso mismo iba a volver a escucharlos.

No le había dicho nada a Billie y a los chicos, tal vez era mejor que pensasen que estaba muerta, que ya no existía, tal vez iba a ser un tanto egoísta si se lo decía… Pero eso iba a hacer, me gustara, me doliera o no… Eso les había pedido a mis amigas que les dijeran.





Estaba dando todo lo que tenía en ese concierto, lo hacía por ella, volvió a su gira del 21st Century Breakdown, solo porque ella se lo había pedido, pero no podía dejar de pensar en Andrea y el divorcio con Daniel, aunque estaba tocando allí en Canadá delante de toda aquella gente su cabeza estaba en otro lugar distinto en donde estaba su cuerpo.

En el momento de Time of your life, algo le dijo que las cosas no andaban del todo bien en California, que algo le había pasado a Andrea.
Y, llámenlo, premonición o llámenlo locura, cuando en California ella estaba siendo atropellada por un gran camión, el cantante Billie Joe Armstrong se desmayó en mitad del concierto. Sus amigos se preocuparon por él, pero el ataque, gracias a Dios, duró poco y fue bastante flojo.



¿FIN?

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